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miércoles, 18 de agosto de 2010

32.000 kilometros de aventura


La increible epopeya de los hermanos Stoessel que en 1928 realizaron el viaje de Buenos Aires a Nueva York con un irrompible Chevrolet.

Aun cuando no lo mencionan en su libro “32.000 Kilómetros de Aventuras” (Bs. As. 1930, 270 págs.), los hermanos Adán y Andrés Stoessel se inspiraron para su viaje a Norteamérica en el raíd de Aimé Tschiffely con Gato y Mancha, que el suizo-inglés inició en abril de 1925 en Buenos Aires y terminó 3 años después en Washington.

Lo que sí destacan, y en esto se muestran visionarios los Stoessel, es que se proponen señalar rumbos para la futura Carretera Panamericana, que terminaría de tomar forma definitiva recién en la década de los años ’40.

Con un flamante Chevrolet ’28 con volante a la izquierda (algo inusual porque en la Argentina se circulaba entonces por la izquierda y todos los autos tenían dirección del lado derecho) inician el prolongado periplo en su pueblo natal Arroyo Corto, entre Pigué y Coronel Suárez, a las 8 horas del 15 de abril de 1928. Tras pasar por Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Santiago y Tucumán utilizando en buena parte caminos de chacra ya que no existían carreteras ni rutas, llegan a Salta el día 30 tras la primera gran empantanada de 23 horas, por las lluvias.


Procuran llegar a Bolivia por la Quebrada de Humahuaca, pero no pueden pasar por los aluviones en Volcán. Prueban entonces con más éxito por la Quebrada del Toro, donde los caminos eran excelentes pues eran los de servicio del F. C. a Huaytiquina. Al pasar por las borateras de las Salinas Grandes de Jujuy no ven ni rastros de huellas ni tampoco improntas de cubiertas de auto. “Un indio que se hallaba sentado en la puerta de un miserable rancho, no pudo informarnos, porque no sabía una palabra de español, y no comprendió siquiera el alcance de nuestras preguntas a pesar de nuestro gestos expresivos”, hasta que “por fin, lleno de júbilo, Adán nos señala una huella de neumático sobre la tierra blanda”, a lo que el indio les mostró las suelas de sus ojotas hechas con un trozo de cubierta de automóvil.


En Bolivia pasan por Oruro, La Paz y cruzan el Salar de Uyuni. Con enormes dificultades, debiendo abrir huellas, llegan al Cuzco y arriban el 28 de agosto a Lima. En forma análoga a Tschiffely, pasan períodos de hambre ya que los indígenas se niegan a venderles animales, por lo que tienen que alimentarse a veces de huevos. “No podíamos, naturalmente, dejarnos morir de hambre en medio de la montaña, y era por eso necesario que echáramos mano al revólver para exigir que nos vendiesen lo que pedíamos”. Una violenta tempestad de nieve casi los hace morir en plena montaña.


En las sierras peruanas (como en otros sitios también) se les acabó la gasolina y debieron caminar varios días para procurarse combustible en bidones. Por Huancacocha y Puquio deben abrirse camino a pico y pala, construir puentes y pircar precarias sendas de faldeo; necesitan más de 20 días para trasponer 36 leguas (180 kilómetros).


Ya en “el país donde nunca llueve” arriban a Lima el 28 de agosto y se asombran por el gran número de hijos del Celeste Imperio afincados allí (éstos habían sido contratados para trabajar en la construcción del F. C. Central del Perú). Se sorprenden que en los restoranes chinos “no cotizaban el valor de los alimentos, sino que también el de los platos que los contenían, cobrando diez céntimos por plato liso, quince por uno rayado y 20 por los floreados.”


En Lima, empero, se les habían agotado los fondos. Providencialmente actuaba en Lima por esos días la compañía teatral y circense argentina de Segundo Pomar, empresario que organizó una función a beneficio de los Stoessel. En Lima se quedan muchas semanas, por falta de dinero y porque se enamoraron de varias hermosas limeñas. Vivieron repetidos romances en varias ciudades y por eso perdieron (o ganaron) mucho tiempo. A todo esto su mecánico Carlos Díaz decide quedarse trabajando en la ciudad de los virreyes por una excelente oferta laboral que recibió como jefe de un taller.


En los desiertos de arena que en adelante debían atravesar, calzaron “neumáticos de supermedida, reforzados y con la mitad de la presión normal para no hundirse.”
Cerca de Trujillo se encuentran en medio de la nada con un grupo de personas “alrededor de una roca escuchando a un músico, barbudo y desarrapado que tocaba guitarra y cantaba coplas. Descendimos del coche para ver, pero de inmediato nos rodearon apuntándonos con las carabinas y pistolas que llevaban entre sus ropas y reclamándonos perentoriamente la entrega de todo cuanto llevábamos…y bajo la amenaza de media docena de bocas de fuego nos obligaron a despojarnos incluso de nuestras ropas, tal vez para evitarse la molestia de revisar los bolsillos”, dejándoles magnánimamente el auto porque ninguno de los facinerosos sabía manejar.


Luego de atravesar con muchas peripecias Ecuador y Colombia cruzan y entrecruzan la gran sabana de Venezuela. Se topan en un momento con indios salvajes (que se ven en la película) que viven de la recolección y la caza. El veneno para las flechas se prepara de esta forma: se recolectan los yuyos necesarios y se hierven en una gran paila. Para verificar si la toxina ya alcanzó su punto, se toma al más veterano de la tribu, y entre cuatro lo tienen de bruces sobre la olla; si moría, el brebaje estaba a punto.

Llegaron a Caracas luego de once meses, y el 18 de mayo de 1929 a México, donde les robaron el celuloide de la película, filme que después se recuperó en forma parcial de copias que confeccionaron lo largo del viaje, porque en muchas partes proyectaban sus aventuras para ganarse la vida. La copia que sobrevive es una reconstrucción.
Entre los numerosos contratiempos figura (y eso está documentado en la película-video) que al cruzar un río, se quedaron atascados. De noche, el agua creció y tapó el vehículo. Con paciencia desarmaron y secaron todo y lo rearmaron.


Recordarían al final “los caimanes del río Magdalena, las fiebres tropicales, los mosquitos implacables, desiertos, lodazales, selvas, los bandoleros de Trujillo, de Nicaragua y del Almorzadero, y las latas de conserva que fueron nuestro menú cotidiano durante 15 jornadas mientras construíamos una huella para poder proseguir.”


Estimaron haber gastado 6.000 galones de gasolina, lo cual parece mucho porque si recorrieron 32.000 kilómetros es evidentemente excesivo un consumo de casi un litro x kilómetro. En cambio es probable que hayan deshecho 43 llantas (cubiertas).

El 6 de mayo de 1930, tras 25 meses de viaje, llegaron a Nueva York. En Detroit la GM les hizo un gran recibimiento, quedando su coche en el museo Chevrolet. Una de las grandes proezas del automovilismo habia sido escrita por argentinos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicitaciones, excelente crónica ( Espero que expongan la película, si disponen de ella ), algo acotada, pero excelente.

Les confieso que no se si me impresiona mas como los hermanos Stoessel se adueñaron del tiempo o del espacio !

Tambien tengo el hábito de la aventura y se que uno siempre va a mas...Gieco le hace decir al Che: " Desde siempre fuí tan valiente porque si"...parece la música de fondo de los intrépidos Stoessel.

Good for You !

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