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lunes, 2 de noviembre de 2009

El día que el amor cambió el destino



Revivimos el Gran Premio de Mónaco del 37, escenario de un épico enfrentamiento entre dos ases de la Era de Oro: Rudolf Caracciola y Manfred von Brauchitsch.

Montecarlo, 8 de Agosto de 1937.Carach entra en boxes a toda velocidad con su Mercedes. ¡Maldita sea!, grita para sus adentros. El alemán estaba luchando por la victoria con su compañero y rival Manfred Von Brauchitsch.

Esta parada le va a obligar a sacar algo de la galera una vez más. Pero Rudi ya no es el de antes, una de sus piernas y su cadera está destrozada. Aquel accidente en las inmediaciones del túnel le marcó de por vida. No solo físicamente, sino también mentalmente.

Llegó a estar al borde del abismo cuando murió su mujer... pero su querida Baby le dio alas, le dio la fuerza que no tenía. Y eso también influirá en esta carrera, aunque de un modo diferente al habitual. Se detiene en boxes. Los mecánicos se lanzan sobre el pesado Mercedes y cambian sus neumáticos. La bencina corre por las entrañas del bólido deseante de dotar de impulso al coche. ¡Gehen sie Carach! , le grita Neubauer. Acelera y sale disparado en busca de la curva del gasómetro. Ahora Rudi debe concentrarse en alcanzar la perfección, limar cada milímetro junto al bordillo, aprovechar cada caballo de potencia, exprimir los neumáticos hasta su límite.

Manfred le saca casi una vuelta de ventaja. Entonces, Rudi da una clase de conducción una vez más. Han sido tantas ya... . Ni siquiera su cadera dolorida puede frenarle en este momento. El record cae vuelta tras vuelta, incluso cuando Rudi frena con demasiada fuerza de en Gasworks y el coche se cruza. No hay problema, Rudi controla el sobreviraje y acelera rozando las balas de paja con su neumático trasero izquierdo. ¡Ya lo tiene!. Manfred está a tiro, a punto de ser devorado por la fiereza del viejo Carach, como así le llaman los alemanes.

Pero no todo será tan fácil. Manfred está inspirado hoy, parece como si tuviera ojos repartidos por el circuito, por el coche. Adivina, como por arte de magia, lo que Rudi trama, cuando intenta el ataque, sus tiempos por vuelta, el estado de sus neumáticos, ¡todo!. Pero lo que el viejo maestro no sabe es que su pupilo no está solo en esto... agazapado, tras los guardraíls de Saint Devote, se encuentra un hombre cegado por la venganza, por el desamor. Louis Chiron le indica a Manfred todo lo que necesita saber. Y Rudi lucha contra dos hombres sin saberlo, ¿será demasiado para él?. Es posible.

Rudi está confuso. Su contrincante adivina cuando ralentiza para conservar neumáticos y cuando se lanza como un tigre en busca de su presa. Lo intenta en Gasworks, al salir del túnel, en Saint Devote, en la estación... todo es inútil, Manfred pilota con extrema inteligencia. ¿ Pero que impulsa a Chiron a actuar así?. Baby, ni más ni menos. El amor de su vida le dejó por Rudi. Y él, aunque en principio aceptó la circunstancia con caballerosidad y nobleza, no ha podido resistir a la desesperación. Se siente traicionado y está sediento de venganza. ¿Qué mejor forma de hacerlo?. Privando al viejo Carach de lo único que le hace olvidar los dolores, la crueldad del pasado; la victoria.

Y Rudi sufre. Porque lo está dando todo y, sin embargo, no consigue ver la victoria a su alcance. Queda una vuelta. Mira al muro de boxes y ve a los chicos de la Mercedes gritando, haciendo aspavientos, Ellos están disfrutando como pocas veces lo han hecho. En el fondo, Rudi también. Al fin y al cabo, hubo un tiempo en el que no podía imaginar volver a hacerlo de nuevo. No había luz, no había esperanza. Realmente, no había nada.

Solo le queda una oportunidad, acelerar antes a la salida de la curva que desemboca en la meta y pasar a Manfred sobre la línea de llegada. ¡Y lo intenta!. Manfred ha patinado un poco al dar gas y Rudi, sin embargo, ha ejecutado con maestría y suavidad la trazada. ¡Se emparejan a lo largo de la recta mientras los espectadores vibran de emoción!. Se miran mutuamente mientras aplastan literalmente el acelerador y truenan los monstruosos V12, Manfred tiene el rostro contraído, atenazado por el ansia de ganar. Rudi, por su parte, conserva la frialdad que caracteriza a un hombre que ha sido curtido en mil circuitos. ¡La victoria espera a uno estos dos colosos!. Fin de la carrera, Manfred ha ganado por un suspiro.

Y cuando los dos pasan por Saint Devote, un hombre sonríe maliciosamente. Es falsamente feliz. Porque ha conseguido lo que se proponía, ha consumado su venganza. Y sin embargo, no puede evitar sentirse frustrado. Porque sabe que cuando Carach vuelva a boxes, Baby le abrazará y besará como si hubiera vuelto de la guerra. Y su felicidad crecerá un poco más si cabe, porque se tienen el uno al otro. Louis ni siquiera tiene ya las carreras. Al menos durante un tiempo.

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