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martes, 5 de enero de 2010

Fórmula 1 en Brasil


La primera competición de automóviles oficial que discurre por Brasil y es organizada por ellos mismos fecha de finales de julio de 1908. El ente promotor es el “Automóvel Club de São Paulo”, de modo que la carrera se disputa en territorio paulista: en Itapecerica da Serra. El vencedor final resulta ser un tal Sylvio Álvares Penteado a lomos de un FIAT. Esta exhibición, lamentablemente, no goza de demasiada continuidad en los años venideros.

Tiene que pasar más de un largo decenio para que el automovilismo empiece a implantarse en el país sudamericano. Y es que es a principios de los treinta cuando éste empieza a cimentarse con carreras masivas, y a la vez regulares, en un barrio de Rio de Janeiro conocido como Gávea.
En 1933 nace el “Prêmio Cidade do Rio de Janeiro”, de alguna manera la primera competición de ámbito internacional brasileña. ¿Y por qué? La razón es bien sencilla: la lista de inscritos incluye un nombre que, con el paso del tiempo, será por todos conocido: Chico Landi (futuro piloto de F1).
Durante los sucesivos años el GP carioca no deja de celebrarse, con una participación cada vez más cuantiosa. Sin ir más lejos, en 1936 son más de cuarenta los participantes que –sobre el papel– deberían haber tomado la salida... entre ellos un par de Alfa Romeo 2900A de la Scuderia Ferrari.
El sueño se trunca en 1941: el estallido de la Segunda Guerra Mundial tiene como consecuencia los forfaits de marcas y pilotos europeos, sin duda la gran atracción para el público brasileño. En este año, por consiguiente, se inicia un paréntesis que no se cerrará hasta 1947, fecha en que se retoma la competición. Hasta 1954 el GP de Rio de Janeiro persistirá, siempre sobre la tortuosa y larga –11 km.– pista de Gávea. Gente como Fangio, Bonetto, Froilán González, ‘Toulo’ de Graffenried, etc. llegarán a correr en este trazado.

Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Retrocedamos al verano de 1936. El 7 de junio se disputa el GP de Rio –un par de párrafos más arriba, muy por encima, comentado–. La novedad en el panorama automovilístico para esta ocasión es, no obstante, la celebración de un segundo Gran Premio internacional: el “Grande Prêmio de São Paulo”. La idea es invitar a todos los foráneos llegados en ocasión de la carrera carioca a permanecer unas semanas en el país, de manera que puedan acercarse a la paulista a celebrarse el 12 de julio.

La inscripción de este primer GP de São Paulo no es muy extensa, que no pobre, y es que algunos de sus participantes son de lo más distinguidos:- Carlo Maria Pintacuda, Alfa Romeo 2900.- Attilio Marinoni, Alfa Romeo 2900.- Mariette Hélène Delangle (“Hellé-Nice”), Alfa Romeo Monza.- Vittorio Rosa, Hispano-Suiza.- Manuel de Teffé von Hoonholtz, Alfa Romeo Monza.- Vittorio Coppoli, Bugatti.- Chico Landi, FIAT.- Benedicto Moreira Lopes, Ford?
La lista es más amplia, formada sobretodo por privados a lomos de Bugattis o ‘specials’ norteamericanos. Los datos, sin embargo, son más bien difusos. Los dos primeros corren, ni más ni menos, que bajo el emblema del Cavallino Rampante. De Teffé, por su parte, es el ídolo de la afición local; mientras, Coppoli viene de vencer la carrera carioca. Hasta el momento, ésta es la mayor carrera de la historia de la zona.

A las nueve de la mañana del 12 de julio de 1936 las calles del Jardim America –sofisticado distrito de São Paulo– presentan una imagen envidiable, con miles de espectadores ansiosos para ver a de Teffé. Todo está listo... pero falta la llegada del alcalde, quien se encuentra inmerso en un importante atasco. Desde buen principio se teme por la seguridad, y es que durante estos instantes de espera por los altavoces se pide a la muchedumbre precaución. Por si acaso, hay un amplio despliegue de policías para “acordonar” ciertas zonas; la única medida de precaución propia del trazado son unas pocas pacas de paja distribuidas a lo largo de las curvas de mayor peligrosidad.

Las nueve y medio en punto. El alcalde de São Paulo, Fábio da Silva Prado, con un uniforme de gala visiblemente caluroso –suda como pocos, quizás por el nerviosismo tras su retraso– da el banderazo de salida del primer “Grande Prêmio” paulista. Al cabo de pocos giros los dos pilotos de la Scuderia –con sendos Alfa Romeo– se distancian del resto del grupo: Pintacuda por delante de Marinoni. La distancia respecto los demás es tal que, a pesar de un trompo en la cuarta vuelta, Attilio mantiene la segunda plaza. Por detrás les persiguen Hellé-Nice –quien va en remontada–, Coppoli, de Teffé, Landi, etc. En la siguiente vuelta, la quinta, Marinoni tiene un percance con el motor que le conduce a la pérdida de cerca de siete minutos; tiene que ser su compañero, Pintacuda, quien le ayude a arrancar empujándole con su coche. La superioridad de los Alfa Romeo 2900 es tan manifiesta que, en el decimotercero de los sesenta giros programados, Marinoni vuelve a estar en la zaga de la máquina de su compañero de equipo. Instantes después Coppoli se retira.

Hellé-Nice –hasta entonces tercera– se ve forzada a parar puesto que las hojas de unos periódicos se le han pegado a la parte delantera de su Monza y le tapan la rejilla del radiador. Un par de vuelta después, sube hasta la cuarta plaza.

La carrera avanza sin demasiados contratiempos. Llegados al giro número cincuenta y dos, la francesa para a repostar; esto lo aprovecha de Teffé para arrebatarle el tercer puesto. Durante los siguientes minutos ‘Delangle’ (apellido real de la piloto) recorta distancias con el brasileño a un ritmo de unos cinco segundos por vuelta. Llegados a la última de las sesenta previstas los dos se encuentran codo a codo, enfilando a todo gas rectas y curvas, pugnando por la tercera plaza.
Pintacuda, con una media de 104.4 km/h, plasma su nombre en la leyenda del automovilismo paulista llevándose la victoria. Por detrás llega su compañero en Ferrari, el también italiano Marinoni. Todas las miradas del público, no obstante, están fijadas en el ‘vehemente’ duelo entre el ídolo local –de Teffé– y la foránea y glamurosa Hellé-Nice.

De repente, una paca de paja aparece en medio de la pista. Nadie sabe si ha sido arrojado a propósito o no; el caso es que un policía se abre paso entre la multitud dispuesto a quitarla. En ese instante llegan, a toda velocidad –se dice que a unos 160 km/h–, sendos Alfa Romeo Monza. Hellé-Nice, sin tiempo a reaccionar, se lleva por delante la paca. De entre la nube de polvo se intuye el vuelo de un cuerpo; el coche vuelca, arroja un segundo cuerpo al aire y termina estrellándose contra la primera línea de espectadores. (Otras versiones del accidente apuntan hacia un error de conducción de Hellé-Nice, o hasta un toque con de Teffé que desvía de su trayectoria a la gala).

Los primeros cálculos indican que el número de fallecidos asciende hasta las cuatro decenas (los boletines informativos anuncian la muerte de Hélène Delangle). Poco después se confirma que “sólo” son cuatro (¿o seis?) los cadáveres, entre los cuales se encuentra el del hombre contra el cual impacta el cuerpo despedido de Hellé-Nice, a quien amortigua la caída. Treinta y cuatro personas son enviadas al Hospital Caterina, entre ellas la piloto gala (quien está inmersa en un coma profundo).

Este accidente supone el cierre del trazado urbano del Jardim Americano (estrenado en ocasión de esta carrera). Además da por terminada la carrera deportiva de Hellé-Nice, quien de ahora en adelante sólo aparecerá en competiciones de menor rango.

Como es de prever los paulistas pierden, una vez más, ‘terreno automovilístico’ respecto sus vecinos cariocas. Y es que durante los años venideros éstos siguen organizando, simultáneamente, el “Grande Prêmio Cidade do Rio de Janeiro” y el “Gávea Nacional”. A raíz de todo esto, con la voluntad de conseguir más protagonismo, en poco tiempo –1940– se ‘corta la cinta’ de un autódromo permanente construido a las afueras de São Paulo. Éste, a caballo de dos grandes lagos, recibe el nombre de Interlagos.

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